Las vacaciones suelen ser motivo de alegría para unos y de agonías para otros. Me refiero a esos momentos en los que los padres tienen que hacer números circenses para cuadrar horarios entre sus obligaciones laborales y domésticas. Por suerte en la Navidad esas angustias se llevan mejor entre champán, papel de regalos y sobre todo las sonrisas de los más pequeños. Nosotros los adultos nos tenemos que conformar con las zapatillas forradas de piel de borrego, las bufandas, la ropa interior y con suerte algún libro. Menos mal que la fiesta está permitida hasta altas horas de la noche.
Al terminar estos momentos de sana locura nosotros, los horizontales azules nos encontramos con una realidad bien distinta. La ilusión de las fiestas se mezcla con las decepciones de familias, de docentes, de nuestros propios azules por la marcha del curso escolar. Parece como si durante los meses previos al encendido de las 9 millones de leds el día a día en la escuela no fuera más que una anécdota y lo “urgente e importante” comenzara ahora.
El “vamos viendo”, el “paso a paso” se suele convertir en llamadas y reuniones para revertir una situación que para nosotros no es extraña. No existen las recetas mágicas ni somos magos. Nuestro esfuerzo y dedicación de nada sirve si no nos implicamos y sumamos todos. En ocasiones tenemos la sensación, triste, de creer que en este barco llamado “educación formal” no remamos en la misma dirección. Entendemos las prioridades y carencia de unos y otros, incluidas las propias, pero también gozamos de la claridad suficiente para ver en el medio de todo este torbellino educativo, una barca que flota violentamente. Esa barca es la de nuestros azules, ellos son los que al final tienen que llegar a puerto, nosotros ya lo hemos hecho en su momento.
Bienvenidos/as a la rutina. Nos vemos en la segunda evaluación.